De niña escuché por primera vez hablar de Chignahuapan, mis abuelos tenían unos compadres a quienes visitaban frecuentemente. Mi abuela contaba que su comadre desplumaba gallinas y cocía huevos en las aguas hirvientes de sus manantiales.

Esos recuerdos despertaron en mí el deseo de conocer el lugar y un fin de semana me lancé junto con unas amigas desde la Ciudad de México, llegando a nuestro destino en tan sólo dos horas y media. Nos hospedamos cerca del centro en un hotel cómodo y agradable, era una vieja casona de estilo colonial con patio interior y rodeado de portales  ¡Qué emocionante fue llegar a un sitio desconocido! Echarse a andar e ir descubriendo las tradiciones que aún mantienen vivas los pueblos de la Sierra Norte de Puebla. 

El nombre de Chignahuapan proviene del náhuatl “chicnahui” que significa nueve, “atl” que significa agua y el sufijo “pan” que significa sobre “donde abunda el agua o sobre los nueve manantiales”. En la época prehispánica la zona fue ocupada por totonacos, quienes para el siglo X empezaron a coexistir con nahuas, otomíes y tepehuas. En 1527 es fundada la población de Santiago Chignahuitl  donde los misioneros asentaron un centro de adoctrinamiento y conversión.

En la Plaza de Armas se halla la parroquia de San Santiago, edificación construida por los franciscanos cuya fachada de brillantes colores y sencillez representa una bella muestra del barroco indígena. En la misma plaza se localiza el quiosco de madera de estilo mudéjar, construido en 1871, con una fuente alojada en su interior y adornada de simétricas grecas coloridas, es una obra de arte de singular belleza. Paseando por la plaza encontramos la estatua del comediante Capulina, Gaspar Henaine, personaje oriundo de Chignahuapan.  

Al día siguiente visitamos la Basílica de la Inmaculada Concepción donde con curiosidad admiramos una escultura  con la advocación de la virgen María tallada en cedro, imponente por sus 12 metros de altura y su gran majestuosidad. 

 Siguiendo con el itinerario previsto, el siguiente lugar a visitar fue el Castillo de la Esfera, el más grande de los 200 talleres existentes en el pueblo dedicados a esa labor. Aquí logramos ver paso a paso la fabricación de esferas, cómo se les da forma, se metalizan, y finalmente son pintadas a mano por los excelentes artesanos locales. Chignahuapan es el primer productor de esferas a nivel nacional, y que por más de cien años manos artesanales dedicadas a su elaboración han hecho del lugar un referente económico y artesanal en la producción de esfera.

También acudimos a la casa/acuario del ajolote, animal endémico de México, que  habitaba la laguna de Chignahuapan y que desapareció al introducirse a su hábitat una especie depredadora. El anfibio mexicano en peligro de extinción, se reproduce con cuidados especiales en su lucha por sobrevivir.  

Ya con hambre nos dirigimos al mercado municipal para degustar los platillos de la región que consistían en: mole poblano, barbacoa, consomé de borrego y los típicos tlacoyos de alverjón, estos últimos recién salidos del comal y bañados en salsa roja resultaron una delicia culinaria. 

 Como postre, dulces elaborados localmente y que, seguramente,  manos suaves sin lugar a dudas prepararon, en ese momento degustamos: dulce de tejocote, de calabaza, conservas y jaleas de frutas, jamoncillos de pepita y piñón, y leche. Para la cena compramos pan de queso y cuernitos de higo; y como regalo, licores digestivos de hierbas y frutas, éstos, muy demandados por turistas y naturales en la región.

Al caer la tarde fuimos a la Laguna de Almoloya a unas cuadras del centro, en el camino encontramos talleres de alfarería ya que en Chignahuapan se elaboran gran diversidad de enseres domésticos y personales tales como: loza de barro rojo, coloridas ollas, cazuelas, teteras, y jarritos; también tejidos de lana, como cobijas, capas, chalecos y otras prendas de vestir.

Alrededor de la laguna paseamos relajadamente disfrutando los reflejos del atardecer en sus aguas, y observando a los patos deslizarse suave y alegremente en ellas.

Para el domingo, último día del viaje dejamos el postre, que era el elemento que complementaba el deseo realizado; conocer y vivir la experiencia de los recuerdos de mi niñez: los manantiales de aguas sulfurosas de propiedades curativas que se encuentran a sólo 4 kilómetros del centro.  Hotel, servicio de masaje, sauna, piscinas, bañeras privadas de aguas termales y piscina al aire libre es lo que puede uno encontrar en el icónico lugar.

 Rentamos una bañera privada donde nos relajamos sumergidas en el agua caliente y curativa. Una experiencia de saludable depuración de cuerpo y espíritu en el marco de las propiedades del milenario manantial. Más tarde nos metimos a la piscina al aire libre para disfrutar la naturaleza y el paisaje del lugar. 

Por último,  antes de partir y como despedida de tan entrañable viaje a ese sitio, subimos al cerrito del Calvario que remata en una minúscula capillita, para, desde ahí, mirar el paisaje del pueblo en su entorno natural, y desear, una vez más, regresar al pueblo mágico que es Chignahuapan, el lugar donde mis abuelos tejieron parte de su historia.