1ª. parte

Todo lo que pudiera decirse de París ya se ha dicho. Miles de escritores, personajes de películas, canciones, poetas, turistas inspirados y enamorados de todos los rincones de la tierra llegan aquí a preñarse con palabras exaltadas como odas a la más bella de las ciudades. Por esto, cuando alguien me pregunta qué pienso de París, intento quedarme callado, aunque rara vez lo consigo y casi siempre termino desbarrancándome en un alud de adjetivos pretendiendo motivar a visitar sitios no incluidos en los tours regulares. Por ejemplo, ver la Santa Capilla construida por Luis IX de Francia, San Luis Rey, para custodiar las reliquias sagradas traídas de Constantinopla durante las cruzadas, entre ellas la Corona de Espinas. Estas reliquias ya no se encuentran en la Capilla Santa, sin embargo, lo extraordinario de este sitio son los ‘vitrales – muros’ con escenas bíblicas envolviendo el recinto con vidrieras de colores traspasados por la luz exterior. Otro monumento imprescindible es Notre Dame, la Catedral de Francia. Los paseos organizados tampoco incluyen subir al mirador en lo alto del Arco del Triunfo. La vista de París desde aquí, a mi gusto, es muy superior a la de la Torre Eiffel… está más en comunión con palpitar de la gran ciudad, más cerca al pulso de las grandes avenidas y de los monumentos. Siempre recomiendo, a todo mundo, dedicarle al menos un día completo a caminar. París está diseñada para descubrirse a pie explorando su intimidad a través de sus comercios de comida: oliendo los aromas de las boulangeries, las fromageries, las charcuteries y las tiendas de perfumes. Asomándose a las ventanas de las tiendas de ropa, de lencería, de vinos, galerías de arte, diminutos negocios de antigüedades. Practicando el indiscreto morbo de mirar a la gente, normalmente indiferente y a veces malencarada que pasa al lado nuestro, sobre todo a mujeres hermosas que jamás se dignan siquiera a vernos como sí sucede en otras ciudades como Oslo, Milán o Londres. Durante estas caminatas es indispensable sentarse en algún bistró a comer un sándwich de Camembert con salami, acompañado con un vaso de tinto. Los paseos a pie en París invariablemente están llenos de sorpresas. En ocasiones nos internamos en una calleja adoquinada y pintoresca, un rincón entrañable donde nos gustaría caminar de la mano con alguna francesa desenfadada… el ensueño suele ser efímero, invariablemente vamos a desembocar ante uno de esos inmensos emplazamientos emblemáticos de la capital francesa como el Campo de Marte, la Plaza de Chaillot con la vista más apabullante de la Torre Eiffel, los Inválidos, o la Plaza de la Concordia con la descomunal perspectiva de los Campos Elíseos por un lado y las Tullerías y el Louvre con su pirámide de cristal por el otro.

Y finalmente llegamos al Louvre. En este punto, cuando aún tenía la arrogancia de la juventud, solía ser intransigente y a veces necio. No comprendía la existencia de seres que prefiriesen ir a la perfumería Benlux a visitar el Louvre. He aprendido algo: no se puede imponer la fascinación del arte por decreto, como no se puede obligar a nadie enamorarse, o disfrutar de una canción o un platillo por decreto. Eso es algo muy personal y respetable. Pero hay quienes tienen un genuino interés por asomarse a este gigantesco museo porque han leído de él, porque aman las bellas artes o la historia o simplemente desean conocer este templo de la Cultura Universal, sin discusión el mayor museo del mundo. 

El Louvre posee un acervo de más de 450 mil objetos de arte provenientes de casi todos los yacimientos de la historia de Occidente, desde el Egipto de los faraones, la antigua Mesopotamia, Grecia y Roma, hasta millares de pinturas, grabados y piezas de arte islámico y de la Europa Medieval hasta mediados del siglo XIX. El arte de la segunda mitad de los 1800 se encuentra en otro increíble museo, el Museo D´Orsay y el siglo XX hasta nuestros días en el Centro Pompidou. La mayor parte del acervo del Louvre se encuentra en las bodegas, las arcas de un tesoro mucho más valioso para el Espíritu que todos los lingotes de Fort Knox. En exhibición solamente están expuestos 35 mil objetos de arte. ¡35 mil objetos de arte! Pretender una visita completa al Louvre es un reto imposible para la gran mayoría de los viajeros que solo disponen de dos o tres días en París. Sin embargo, dedicar al menos tres horas a este gigantesco relicario del arte será una de las inversiones más redituables para enriquecer el espíritu. En este caso es recomendable hacer una selección previa a la visita del museo de las obras que pretendemos ver.

La próxima semana publicaremos algunas sugerencias de las preferencias personales de quienes las hacen.