Subimos los 700 escalones hasta el mirador del segundo nivel de la Torre Eiffel. Desde lo alto contemplamos el Arco del Triunfo, el Trocadero y el Palacio de Chaillot, la enorme mancha oscura del Bosque de Boulogne, la cúpula de la iglesia de San Luis de los Inválidos, y a lo lejos, entre brumas, las torres de Notre Dame y la colina de Montmartre con la silueta de la basílica del Sacré Coeur. Al bajar decidimos caminar hasta la avenida de Champs Élysées a través de las pequeñas calles entre el Campo de Marte y la Explanada de los Inválidos, abandonamos el París teatral de las inmensas plazas y nos internamos en el París de los parisinos con las diminutas tiendas y los olores a comida, a cigarrillos Gitanes, a perfume y al proverbial tufillo a sudor tan absurdamente molesto para algunos visitantes remilgosos.
Al margen de las agencias inmobiliarias, las farmacias y las oficinas, nos deteníamos frente a casi todos los escaparates de los comercios. Algunos eran verdaderas obras de arte. El trayecto que calculamos hacer en treinta minutos lo hicimos en casi dos horas husmeando las intimidades de la mediana burguesía parisina, adivinando sus manías y pasiones sólo con ver donde gastaban su dinero. Lo más abundante eran los restaurantes, cafetines y bares; tiendas de ropa de mujer, salones de belleza y comercios de alimentos. Yo no había visto en ningún otro lugar del mundo algo similar… a veces a los extranjeros nos cuesta entender la importancia que para los franceses tienen sus vinos, su cocina, y sus quesos… va más allá de nuestro entendimiento, para nosotros todo eso no pasa de ser un placer como tantos otros, pero para los franceses su vino, sus quinientas variedades de queso y su gastronomía son su civilización, su identidad nacional… ellos son sus vinos y su cocina… basta mirar a los dueños o encargados de las tiendas de comida, son unos tipos autoritarios y al mismo tiempo indulgentes como patriarcas, son los cardenales de esta religión de la gastronomía tan peculiar de Francia… en realidad aquí el culto a la sensualidad se extiende a todo… caminando por aquella calle de la zona de Gros Cailleu, los comercios más abundantes y los mejor instalados eran de comida, las ‘esthetiques’ y ‘salons de beaute et coiffure’, las perfumerías y las tiendas de ropa femenina; y en todos los escaparates de las boutiques exhibían lencería fina como imágenes sacras en un altar, como algo fundamental para la vida espiritual y la salvación eterna de este pueblo… sólo aquí han elevado la cocina, los vinos, los quesos, el perfume y la lencería a un nivel de arte y religión…
Nos detuvimos frente a una minúscula agencia de viajes especializada en recorridos a las zonas arqueológicas y los desiertos de los países mediterráneos desde Marruecos hasta Turquía; al lado de la puerta había una ventana de más o menos metro y medio de ancho por dos de alto adornada con vasijas de barro, platos policromados de Argelia y una fotografía de piso a techo de unas dunas en blanco y negro con una muchacha bereber salvajemente bella cubierta con burdas túnicas de lana negra… el único destello de color en la foto eran las cuentas anaranjadas y turquesas del collar de la muchacha.


