LA BIBLIOTECA DE MI PADRE (TERCERA PARTE)

La única regla inexorable en la biblioteca de mi padre era la de mantener su escrupuloso desorden. Salvo algunos libros que él o yo, los únicos usuarios de aquella colección de 2 ó 3 mil volúmenes, conocíamos el sitio de su ubicación, la mayor parte de las obras habitantes de la jungla de sabiduría atesorada en los libreros representaba una interesante micro aventura ‘en busca del título perdido’. Mi padre se desesperaba antes que yo e invariablemente despotricaba con que “!Hay que ordenar estos pinches libros!”.