2ª. parte
Continuando con el tema de las recomendaciones que proponemos no omitir en la visita al Louvre, presentamos nuestras sugerencias para una vista de medio día al museo.
- Los Toros Alados de Khorsabad (Lasmassus). Eran las jambas en las entradas monumentales de las ciudades asirias. El toro simbolizaba la fuerza, las alas el sol y poderío del águila y las cabezas humanas eran la inteligencia e imagen de los reyes de la alta Mesopotamia. Asiria, un pueblo guerrero, logró integrar un vasto imperio anterior al persa.
- La Victoria de Samotracia. Emblema de este este museo. La Victoria Alada fue encontrada en la isla de Samotracia en el Egeo en 1863. Es notable el estallido de energía de la escultura. Cuando después de entrar al museo llegamos a la escalinata Denon, el impacto de ver la extraordinaria diosa en lo alto, con sus alas abiertas, sobre un pedestal representando el avante de un barco, ante un austero fondo de piedra, es imposible evitar que la piel se nos erice. Cuando nos acercamos a apreciar el magistral trabajo del escultor al representar la delgada tela del vestido mojado por el oleaje de la tormenta, casi quisiéramos mejor salir del museo para no contaminar con otras imágenes la emoción de habernos encontrado frente a esta suprema obra maestra de la antigua Grecia.
- La Venus de Milo. Es quizá la escultura más famosa de la antigüedad. Se cree que representa a Afrodita (Venus para los romanos), aunque se especula que podría tratarse de Artemisa. Hay que mirar a esta griega en silencio y con calma. Unos minutos al menos. Darle la oportunidad para revelarnos la perfección de su etérea hermosura. Después del huracán de energía de la Victoria Alada, esta Venus sin brazos, serena y ausente, es un paliativo a la tempestad de Samotracia.
- La Pietá de Aviñón, Enguerrand Quarton. En mi primera visita al Louvre, hace casi 60 años, descubrí la Pietá de Aviñón, realizada aproximadamente en 1480 arrinconada en una pequeña sala del museo. Es esta una de las grandes tablas del Louvre, adusta y desgarradora. De golpe impresiona el cuerpo seco de un Cristo transfigurado por la brutal muerte sufrida. El cuerpo marcado por los latigazos, torcido sobre el regazo de su madre. El cielo dorado no es un himno de gloria como en los iconos rusos o bizantinos. Aquí el oro parece la luz marchita de un sol sin misericordia que exilia en la soledad a la Virgen, a Magdalena y los otros personajes con su cadáver torcido y seco.
- La Gioconda, Leonardo da Vinci. La pintura más célebre del mundo. Leonardo la llevó consigo cuando se traslado a Francia invitado por el rey Francisco I. Además de la icónica Gioconda o Mona Lisa, en el Louvre no deben perderse La Virgen con Santa Ana y el Niño y la Virgen de las Rocas.
- El Esclavo Moribundo, Miguel Ángel
Cuando el papa Julio II desistió del proyecto de su propio mausoleo, esta obra y el Esclavo Rebelde las regaló Miguel Ángel a Roberto Strozzi, quien las transportó a Francia. En los avatares de la historia, finalmente las esculturas fueron confiscadas por el gobierno francés para llegar finalmente al Louvre. Esta obra, poseedora de esa energía que irradian las obras de Miguel Ángel es una radiografía de la “Agonía y el Éxtasis” que fue la vida del más grande artista del final del Renacimiento.
7. Las Bodas de Cana, Veronés
Con 70 metros cuadrados, este es el mayor cuadro del Louvre. Las bodas de Caná representan un festín apoteósico con 130 personajes: entre los invitados hay reinas y sultanes, los grandes pintores venecianos con atuendos ostentosos todos en torno a Jesús y su madre quienes ocupan el sitio de honor. El Veronés pintó esta obra para el refectorio del monasterio de San Giorgio Maggiore de Venecia, de donde se lo llevaron las tropas del general Napoleón Bonaparte en 1798. El cuadro tuvo que ocultarse durante las guerras de 1870 y 1939.
- Eros y Psique, Cánova
El tema representa el mito de Eros y Psique, cuando Eros, al besar a Psique la despertaría de un sueño provocado por Perséfone se disponía a besar a Psique, y de esta manera, despertarla del sueño que le provocaron los vapores desprendidos de un jarrón que le dio Perséfone, diosa de los muertos. Eros es el Dios del Amor, mientras que Psique (alma en griego) es la personificación del alma. Esta obra conjuga la eterna lucha entre Dionisos y Apolo, el decir, el deseo y el equilibrio.
- La Libertad guiando al Pueblo, Delacroix
Esta hermosa muchacha marchando descalza, con una bandera y un fusil sobre las barricadas de París durante la Revolución de 1830, es considerada como símbolo la Libertad, de la Marsellesa, de Francia. Es la obra más célebre del pintor Eugenio Delacroix.
- 10.La Balsa de la Medusa, Teodoro Gericault
Con base en la crónica publicada y entrevistas a otros sobrevivientes del naufragio de la fragata Medusa, el joven pintor Théodore Géricault, a los 27 años de edad se encerró 18 meses en su estudio para terminar la obra de 5 x 7 metros. Fue expuesta en el Salón de París de 1819. Géricault estaba seguro del impacto de su pintura, con ella obtendría premios, fortuna, fama y se colocaría como el maestro de la nueva estética, el Romanticismo. El pintor, en efecto, obtuvo la medalla de oro en el Salón de 1819 y renombre como uno de los profetas de la visión romántica, pero la obra no fue adquirida por el gobierno, pues levantó muchas ámpulas en torno a un escándalo de corrupción en el gobierno borbón.
Al principio Géricault consideró pintar un fiel retrato de la tragedia; durante sus ensayos para el cuadro el maestro hizo bocetos con escenas de antropofagia, estudios del color de la carne en descomposición y del aspecto de la piel llagada por el sol e incluso de los cuerpos consumidos por la falta de comida y agua; pero por alguna razón el pintor decidió no caer en la tentación de ‘retratar’ la crudeza del naufragio y se aventuró a dramatizar la historia con una composición más teatral. De hecho, es precisamente la disposición de los cadáveres sin hinchazón ni hedor, de los desesperados y de los jóvenes de anatomías perfectas irguiéndose al frente de la balsa en un coreográfico estallido de esperanza cuando descubren la casi imperceptible silueta del barco lo que confiere a la obra su indiscutible carácter metafórico y épico.
Estas obras que he recomendado como las más emblemáticas del Louvre son basadas en una opinión personal. Muchos críticos coinciden con casi todas las obras seleccionadas. Sin embargo, es tan vasto el acervo del Louvre que el solo hecho de escoger únicamente 10 obras no deja de ser una injusticia. Aun así, puedo garantizar que dedicar cinco o diez minutos a contemplar en silencio, después de oír la explicación de la audioguía, cada una de estas prodigiosas obras será una experiencia para recordarse toda la vida.