En el centro histórico de Nápoles, arrinconada entre callecitas poco pintorescas con muros pintarrajeados de grafiti, se encuentra la Capilla de Sansevero. La iglesia es conocida también con el nombre de la “Pietatella” o Santa María de la Piedad. Su fachada carece del gran porte usual en las iglesias italianas. Fue construida en 1595 por Gianfrancesco di Sangro a raíz de su recuperación después de una grave enfermedad. Alessandro, hijo de Gianfrancesco, amplió y transformó la capilla en mausoleo familiar. El hijo de Alessandro, el Príncipe Raimondo di Sangro, fue el personaje más interesante de la familia. Era un inventor excéntrico poseído por la obsesión de saberlo todo a través de las ciencias, el ocultismo, la alquimia o la masonería. Pero el legado más importante del Príncipe di Sangro es la colección de esculturas que ahora habitan la Capilla de Sansevero.
Italia, tierra cobijada por mares y sol, con una gastronomía natural donde el ‘pomodoro’ sabe a pomodoro y la albahaca a albahaca, donde las pastas sirven de vehículo para una casi infinita variedad de salsas y donde las campiñas producen más vino que en cualquier otro país del mundo, es también el país de los más grandes escultores de la historia. Desde la Roma clásica los césares hasta los colosos del Renacimiento, Donatello y Miguel Ángel, y posteriormente del Barroco con Lorenzo Bernini, la figura estelar de su tiempo cuyo deslumbrante genio opaca a otros talentos extraordinarios a los cuales muy poca gente conoce. La Capilla de Sansevero, gracias a la pasión coleccionista de arte de Raimondo di Sangro encontramos reunidas algunas de las obras más sorprendentes en la historia de la escultura. El príncipe Raimondo estuvo durante más de veinte años al cuidado de la elección de los escultores y los temas de las obras. A él se debe la fórmula química de los pigmentos empleados en los frescos de la bóveda que han conservado su brillo a lo largo de los siglos sin requerir restauraciones. Al entrar a la capilla nos deslumbra el denso vuelo de ángeles y santos del techo, y las esculturas ‘deambulando’ como fantasmas inmóviles entre nichos y columnas. Sobre la puerta de acceso nos topamos con el sepulcro de Cecco di Sangro, un militar ancestro del Príncipe al que se había dado por muerto debido a las heridas sufridas en combate. Su cuerpo ya había sido colocado en el ataúd, cuando de pronto se levantó y salió furioso del féretro. En el centro de la iglesia se encuentra el Cristo Velado de Giuseppe Sanmartino (Nápoles, 1720-1793). Es quizá la estatua más famosa de la capilla. Representa a Cristo muerto, recién bajado de la cruz, acostado y cubierto por un finísimo sudario través del cual se trasluce el cuerpo de Cristo y las facciones de su rostro. Se ha llegado a especular que la escultura fue cubierta por una seda ‘petrificada’ artificialmente con pócimas creadas con misteriosas fórmulas alquímicas de Raimondo di Sangro; algunos guías todavía alimentan este mito para dar colorido a sus pláticas. En realidad se trata de una técnica muy antigua en la escultura, “la técnica del paño mojado” y data desde la Grecia antigua. Se dice que Fidias la conocía. La podemos apreciar en el torso y el vientre de la Victoria de Samotracia (Louvre) y en la Pietá de Miguel Ángel, entre otros ejemplos. Es producto de una enorme paciencia y un gran virtuosismo en el manejo del cincel sobre el mármol.
En la capilla de Sansevero hay otra extraordinaria muestra de la técnica del ‘paño mojado’. Se trata de una hermosa muchacha sobre la tumba de la madre del Príncipe. Se la conoce como la “Modestia”, “La Pudizia” o “El Pudor Velado”. Realizada por otro superdotado del cincel, el veneciano Antonio Corradini, muerto en Nápoles en 1752. El título de la obra; “El Pudor Velado” guarda una escondida paradoja, un morboso enigma muy apropiado a las filosofías herméticas del príncipe Raimondo di Sangro. ¿Por qué esculpir una mujer exuberante y cubrirla con una transparente gasa de seda cuya función no es la de ocultarla sino de exacerbar su soberbia sensualidad? Me imagino al escultor tallando cada centímetro de la seda sobre la nacarada piel de la “Pudizia”… la ha de haber soñado, la figura de la joven lo ha de haber perseguido por las calles de Nápoles cuando se retiraba del taller, la ha de haber amado, dedicado versos y canciones hasta el día en que terminó la obra. Quizá el maestro Corradini descubrió esta verdad que pocas muchachas saben y muchas ignoran: que el amor y los sortilegios de Eros siempre vienen envueltos en gasas, acertijos y misterios y la verdadera belleza solo se nos entrega cuando la hemos buscado entre los crucigramas del arte y sus enigmas.