En medio del verdor de la Normandía Oriental, el Sena va abriéndose camino hacia su desembocadura en el Canal de la Mancha. A pesar de que en gran parte, su recorrido atraviesa los campos de Borgoña, de Champagne, París e Ile de France, puede considerarse este río, que en la Edad Media remontaron los

vikingos hasta París, como la aorta y corazón de Normandía. París, ha sido una estrella demasiado brillante en el cielo de Francia y ha opacado la luz de muchas otras ciudades insignes de Europa y de Francia como Lyon, Burdeos, Estrasburgo y la más olvidada, Rouen. Urbes donde la arquitectura, el arte y la historia han bordado el rostro y el alma de Francia. Pero Rouen, ubicada a orillas del Sena y con algunos edificios parecidos a los de la gran capital, se la considerado un destino turístico relativamente prescindible por estar demasiado cerca de París. Sin embargo, esta “pequeña París”, a pesar de los devastadores bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial en 1944, ha restaurado los monumentos de su espectacular casco antiguo: cerca de 700 típicas casonas con muros entramados, típicamente normandas, el Palacio de Justicia, la Torre de Juana de Arco y las tres obras maestras del gótico: San Ouen, San Maclovio y su portentosa catedral de Nuestra Señora. El exterior de Notre Dame de Rouen inspiró casi 30 pinturas a Monet. Cada lienzo es un drama, la inmensa catedral se desmaterializa y sus piedras pierden todo el peso para convertirse en tempestades de luces y colores, escurrimientos como estalactitas en una gruta, o bien, hilos dorados de miel o llamas anaranjadas incendiándose en el fuego del atardecer. El pincel del maestro desintegra la piedra gris, la despoja de la prisión de la forma y la transfigura en luz y color.

Rouen es otra de esas ciudades hechas para caminarse. El casco histórico tiene la virtud, como algunas ciudades europeas, de hablarnos en voz baja. Caminando por sus calles, Rouen nos va susurrando los secretos de sus rincones, de sus casonas con paredes entramadas, de la antigua Plaza del Mercado, donde en mayo de 1431 quemaron viva en la hoguera a Juana de Arco. A pie se puede llegar en pocos minutos hasta la Catedral de Nuestra Señora y se puede buscar un pequeño restaurante para comer o cenar. El mejor aperitivo en estos bistrós de la provincia francesa es el aroma. Entrar a uno de esos ‘restaurancitos’ con manteles de cuadros en Normandía, (o en cualquier rincón de Francia), es casi siempre uno de los mejores momentos de cada día. Los olores que nos llegan desde la cocina, pueden llegar a ser verdaderamente hechizantes. No hay nada más digno para cerrar un día de caminatas en Rouen, que sentarse a la mesa frente a unos humeantes muslos de pato a la sidra y un tinto o un calvados. Después de saborear el suculento platillo, terminar la cena con rebanadas de los tres grandes quesos de Normandía: Camambert, Pont l’Eveque y Livarot (en ese orden). Por último, brindar nuevamente con calvados y pedir al mesero una tarta de manzana. Al salir caminar una vez más frente a la Catedral e imaginar ¿cómo la pintaría de noche Claude Monet?