Oda a una ciudad imaginada (Ankavandra*)

Sacudes el árbol de mis venas                                 

coagulado en mi carne,

en la cáscara de los años,                                                                                        

en los cristales rotos del recuerdo,       

… y cierro los ojos                                                      

para que nada perturbe 

la visión de tu llegada                                   

 a mi memoria…

¡Oh, ciudad exagerada!

Ciudad perdida y añorada,

¡Ankavandra…!

Irresistible ciudad

de cúpulas estrujadas,

de acueductos, obeliscos

 y esquizofrénicos mercados,

de nigromantes y mendigos,

sabios y curanderos,  

 y de ratas y satánicos gatos

merodeando las grietas de tus ruinas,

tus mezquitas

y las carcomidas sinagogas

del trágico ghetto de Yehud-ben-Gavriel

Ankavandra…

Ankavandra…

Ankavandra…

Pronuncio tu nombre

Lentamente, y dejo vibrar en mis labios

cada letra de tu nombre como una herida.

¡Angustiosa ciudad!

Alucinaré otra vez tus calles, la podredumbre de tus venéreos rincones,

tus fumaderos, traficantes y rameras…

Alucinaré el barrio de los Caballeros Cristianos  donde Ibrahim vendía amuletos y fetiches,

donde el relamido anticuario oculto entre polvorientos libros

e iconos de yertas madonas,

escondía su tenebrosa tabla bizantina

de una virgen sin ojos.

Alucinaré el bazar de Seyahad,

la fuente seca y la desvertebrada muralla romana

donde los mugidos de los barcos que cruzaban tu rada

arrojaban ecos sobre puestos de higos y pistaches,

entre tufos de tocinos y mantecas,

de vísceras y costillares de corderos desollados

y aromas de bálsamos y especias…

Ankavandra,

Ankavandra de febriles caminatas entre callejas hediondas

buscando mi identidad perdida,

hundido en el silencio

y azorado ante la insoportable belleza de tu agonía.

Hoy quisiera detener el flujo sensual

de tu paso en mi memoria,

fundirme en tus laberintos,

pintar con tu oro bizantino todas las tardes de mi vida,

iluminar tus calles una vez más con mis insaciables anhelos

y repetir tu nombre, Ankavandra, hasta agotar su melancolía y todas sus hojas secas.

  • Ankavandra, la ciudad imaginada de  este poema, en realidad sí existe. Es un pueblo perdido en Madagascar. Solo me permití usar su nombre por la belleza de su resonancia, similar a la de Samarcanda.

Aristark Lentulov, pintor ruso (1882 – 1943)

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