Hace más de cuarenta años, llegué a la ciudad de Aurangabad, India, después de un vuelo muy agitado en medio de la lluvia. El avión tenía goteras y un pasajero de plano abrió su paraguas provocando la risa en el resto de los viajeros. Al llegar al hotel en Aurangabad me encontré una familia de mexicanos. Estaban realizando el sueño de su vida recorriendo la India por carretera. Eran dos adultos originarios de Tijuana con sus dos hijas. Para mí fue el encuentro más surrealista. ¿Qué hacía una familia de Tijuana manejando un auto Ambassador en un pueblo perdido de la India? En la tarde hicimos juntos una primera visita a Ellora. Comenzamos la visita en la cueva 1, una “vihara”, o monasterio donde vivían monjes budistas. Es la más austera de todas las cuevas. Me imagino, era un sitio idóneo para “vaciar la mente de los rebaños de venados del pensamiento”. Continuamos a la cueva 10, mucho más interesante. Se trata de una “chaitya” o santuario. Es un recinto alargado con una “stupa” (relicario – templo) al fondo, con un buda sentado. Este tipo de construcción es típico del budismo antiguo. El techo parece un costillar imitando los techos de los templos primitivos, construidos con vigas de madera. Las costillas de la nave se sostienen sobre un friso tallado con figuras relacionadas a la vida de Buda. La mayor de las chicas vestía un “punjabi” rojo y se tomó una foto sentada sobre las piernas del Buda de la stupa. La muchacha se veía espléndida con su atuendo rojo en medio del Buda y el entorno gris piedra. Con su cabello castaño, sus ojos de venado, brillaba como un rubí sentada con las piernas cruzadas sobre la escultura del “iluminado”.
De ahí pasamos a la cueva 12. Una inmensa vihara de tres pisos, tallada en la roca alrededor del siglo 8º d.C. Los dos primeros pisos son austeros recintos casi desprovistos de decoración. Solamente los masivos pilares, cincelados de la montaña rompen los espacios vacíos de los salones. Pero es el tercer piso donde reside la grandeza de esta cueva. Además de los relieves y esculturas en los extremos del salón, es el muro interno del piso el elemento magistral del templo. A lo largo de la pared 14 grandes budas impregnan el recinto de una inexplicable energía. Todos están meditando y su elocuente silencio de piedra remueve zonas inexploradas de nuestra mente. La energía emanada por estos budas nos perturba y nos asombra. Saliendo de la vihara 12 ya no entramos a más cuevas. Seguimos por un camino alterno y subimos la ladera de una montaña. Logramos ver desde arriba con la luz de la tarde el asombroso templo de Kailasa (el hogar del Dios Shiva en el Himalaya). Mañana haríamos la visita de este templo. La famosa cueva 16, la escultura monolítica más grande del mundo.