En ocasiones, asomarse a los dibujos donde los maestros ensayan los pasos para la realización de una pintura es mucho más emocionante que estar frente al cuadro terminado porque los trazos del bosquejo nos acercan a la realidad humana del artista, a sus dudas, sus indecisiones y a la intimidad, a veces dolorosa y lenta de los procesos creativos que suelen perderse en la obra final. Leonardo, como lo fue Miguel Ángel y Rafael, era un consumado maestro del dibujo y su superlativa habilidad con el carbón, el lápiz y el gis, se manifiesta aquí en toda su grandeza, más que en ningún otro de los dibujos que conozco del genio florentino.
Boceto de la Virgen, Santa Ana, San Juan y el niño de Leonardo da Vinci

Este boceto se encuentra en un pequeño cubículo especialmente acondicionado con la temperatura y penumbra idóneas para proteger el papel y los trazos del dibujo; esto le confiere a la obra un misterio especial, es como asomarse a hurtadillas al taller de un brujo y ver el hechizo de una luz recién nacida, amorfa todavía entre los ‘sfumatos’ y las líneas del carboncillo, acariciando el extraordinario rostro de la Virgen e iluminándole los hombros, el pecho y un fragmento de la atmósfera a sus espaldas. Este cartón de la National Gallery es mi obra favorita de todo lo que conozco de Leonardo, y la cara de la Virgen, a mi gusto, junto con la Venus de Botticelli, es el más extraordinario ejemplo de belleza femenina del Renacimiento Italiano, muy por encima de las madonas de Rafael e incluso sobre la deliciosa Madona de Fra Filippo Lippi en Florencia.
La Venus del Espejo
Velázquez representó la figura mitológica con absoluto realismo, si no fuera por la presencia de Cupido, podríamos decir que es una mujer común y corriente recostada.
Cupido se añadió en un segundo momento de creación de la pintura, pero seguramente fue idea de Velázquez incorporarlo desde el principio, dada la temática general. La composición, aparentemente muy simple ha sido profundamente meditada por Velázquez quien logra un equilibrio perfecto entre los elementos visuales de la obra, armonizando las líneas horizontales de la Venus y las sábanas y la postura vertical del cupido, el espejo y el juego de los cortinajes rojos que enfatizan en la pintura su alto contenido erótico. Cupido queda a un lado y la cabeza de Venus a otro, y el tono rojizo de la obra se hace necesario, sin él la pintura sería otra, dados los colores fríos de la sábana, el paño y el cuerpo.
Esta obra, es una de las supremas joyas de la National Gallery. Sin duda una de las más bellas y sensuales Venus del mundo. La delicadeza y soltura del pincel de Velázquez en su madurez logra trazos perfectos en la espalda, en la curva de la columna vertebral de la muchacha y sobre todo las rampas que tornean la cintura y la cadera extraordinariamente bellas y sin paralelo en la historia del arte.


