Uno de mis amigos de la juventud, inquieto y muy inteligente, además de estudiar matemáticas, escalaba montañas, descendía ríos y exploraba las más intrincadas cuevas. Sus tóxicas aventuras eran el alcaloide para mantenerse siempre electro cargado de vida. Hablaba de ellas con seriedad e inteligencia, sin alardear sus hazañas ni heroísmos. Describía sus inmersiones en las tenebrosas intimidades de la Tierra con una serena pasión, contagiosa e irresistible. Nos platicó de las grutas pasivas, silenciosas y sin corrientes de agua y las dinámicas o ríos subterráneos. Guiados por él fuimos primero a la gruta de la Estrella, cerca de Ixtapan de la Sal. En ese tiempo no había escaleras ni instalaciones de luz en la cueva. Nos alumbrábamos con lámparas sordas de pilas. El lugar no era muy grande, como Cacahuamilpa, sin embargo, nos topamos con varios tipos de estalactitas, columnas y otras formaciones espectaculares. Finalmente nos internamos “a gatas” por un túnel hasta llegar a un salón absolutamente obscuro y sin ruido. Ahí no se oía nada, ni los murciélagos, ni las gotas de agua caer después de filtrarse por las bóvedas de la cueva. Era como encontrarse en medio de la “nada”. Decidimos hacer el experimento de apagar las lámparas y permanecer 10 minutos en absoluto silencio. Incluso nos separamos lo suficiente para ni siquiera oír la respiración de los compañeros. Es una experiencia muy intensa, a falta de ruido exterior, se despiertan parvadas locas de los pensamientos, algunos muy inquietantes. Uno de los amigos, de pronto interrumpió el silencio. “Bueno, ya fue suficiente de esto, ¿no creen?” Él padecía claustrofobia y el experimento resulto ser una pesadilla para él.
La siguiente “expedición” fue al Chontalcuatlán. Uno de los dos ríos subterráneos que desembocan en “Dos Bocas” abajo de Cacahuamilpa. Nuestro amigo el claustrofóbico también se apuntó sabiendo que ahí, una vez dentro tienes que recorrer cinco kilómetros bajo tierra y sin luz. A él lo animaba, aún a oscuras, a recorrer el curso del río con todo y el ruido de su corriente. A él lo angustiaba el silencio opresivo de la gruta de la Estrella. Decía que podía escuchar su corazón latiendo. Pero aún, podía escuchar el flujo de su sangre en las venas. Algo aterrador, decía. Y nos mencionaba un trozo del poema Nocturno Mar de Villaurrutia:
“Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer las paredes que lo mantienen preso”